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martes, 20 de octubre de 2009

Los días de la Comuna: El comienzo




26 de marzo de 1871. Frente al café en Montmartre. La señora Cabet y su pequeña familia – Jean, Babette, François, Geneviève- se instalan en el café, que ha permanecido cerrado. Sacan los postigos, suben la persiana que da a la calle, traen sillas, cuelgan farolitos de papel blanco. Desde la plaza vecina llega música ligera. Geneviève sale del café llevando botellas de vino, seguida por un niño endomingado

La place Pigalle en mayo de 1871, durante la semana sangrienta. En la barricada, listos para el combate, Geneviève Géricault, Jean Cabet, François Faure y dos civiles. El coracero alemán ayuda al abuelo a llevar un cajón con municiones hasta la esquina. En un lugar protegido, yace una mujer desconocida, gravemente herida. Se oyen fuertes descargas de artillería. Redobles de tambor indican ataques en las calles vecinas. El manzano está en flor

Canción



Esclavo ¿quien te liberará?

Los de abajo te verán y oirán tu grito

Los esclavos te liberaran

Ninguno o todos. Todo o nada

Solo, nadie se salvará

con fusiles o cadenas

Ninguno o todos

Todo o nada

La comuna, completamente rodeada, sólo tenía la muerte en el horizonte.

Sólo le quedaba ser valiente, y lo fue.

Y con su muerte abrió una amplia puerta al futuro.

Ese fue su destino

martes, 29 de septiembre de 2009




Parece, que cada corazón que late por la libertad, sólo tiene derecho a un poco de plomo. Yo pido mi parte.
(Louis Michel al tribunal que la juzgó por activista comunera)

jueves, 4 de junio de 2009

Un poco de historia...

Todo empieza con una derrota. Trasfondo político y social


En 1871 Francia fue a la guerra con Prusia y fue derrotada. La cabeza del gobierno nacional era Adolphe Thiers, quien tuvo negociar los detalles de la paz y luego afrontar el problema de volver a controlar Paris, convenciendo a la ciudad de que la guerra había terminado y logrando así, el desarme de la Guardia Nacional, la cual era una milicia de ciudadanos parisinos.
Para hacer frente al primer pago de las indemnizaciones de guerra, el gobierno francés necesitaba elevar los impuestos. El orden tenía que ser reestablecido, los comercios reabiertos, y la vida tenía que volver a la normalidad. Y por encima de todo, como Paris tenía que ser puesta bajo el control del gobierno nacional.

Defensa, fusilamiento y huida. La revuelta comienza






Paris sin embargo permaneció desafiante. No aceptarían una victoria prusiana. La Guardia Nacional de Paris permaneció alerta, listos para resistir cualquier intento de los prusianos para entrar en Paris. Los cañones se llevaron a varias partes de Paris. Fueron aquellos cañones traídos a los distritos de la clase obrera los que se convirtieron en el asunto crítico. Ya que fue el intento del gobierno por capturar las armas de la Guardia Nacional, lo que detonó la revolución.
Al principio, Paris estaba dormida, pero pronto las masas despertaron y comenzaron a enfrentarse a los soldados. Los sucesos dieron un giro serio en Montmartre cuando las tropas se negaron a disparar a la muchedumbre y en vez de eso arrestaron a su propio comandante, Lecomte, quien fue más tarde fusilado. Pronto en toda la ciudad los oficiales se dieron cuenta de que ya no podían confiar en sus hombres. Por la tarde Thiers decidió abandonar la capital. Saltando a una diligencia que le estaba esperando dictó la orden de la evacuación del ejército a Versalles e instó a todos los ministros a seguirle. La retirada del ejército a Versalles fue caótica. Las tropas se insubordinaban y sólo los gendarmes podían mantener algo de orden. Tan apresurada fue la retirada que varios regimientos fueron olvidados en Paris. El gobierno había abandonado la ciudad.


La toma de la ciudad: ondea la bandera roja








A las 11.00 de la noche El Comité Central de la Guardia Nacional reunido en asamblea decidió tomar el abandonado edificio del ayuntamiento, mientras que otros comandantes y hombres de la Guardia Nacional ocupaban los restantes edificios públicos de la capital.
Algunos de los comités estaban a favor de marchar sobre Versalles, sin embargo no fueron escuchados. La principal preocupación del Comité Central era la de legalizar su situación. Para ello, entraron en negociaciones con el único cuerpo constitucional que quedaba en la ciudad, la alcaldía, para solicitar la convocatoria de elecciones.
Los distritos de las clases populares eran los que más apoyaban a la comuna. La comuna se instaló formalmente en el ayuntamiento dos días después del glorioso levantamiento de primavera, el 28 de Marzo. Los batallones de la Guardia Nacional se reunieron en asamblea, se leyeron los nombres de los elegidos en las elecciones, y vestidos de rojo, subieron los escalones del Hotel de Ville bajo un cielo cubierto por un busto de la República. En lo alto ondeaba la Bandera Roja, como lo había hecho desde el 18 de marzo, y los cañones saludaron la proclamación de la Comuna de París.

El festival de los oprimidos. Política y clima reinante





Debido a la falta de tiempo (la Comuna pudo reunirse menos de 60 días en total) sólo unos pocos decretos fueron implementados. Éstos incluían: remisión de las rentas, que habían sido aumentadas considerablemente por caseros, hasta que se terminase el asedio; la abolición del trabajo nocturno en los cientos de panaderías de París; la abolición de la guillotina, la concesión de pensiones para las viudas de los miembros de la Guardia Nacional muertos en servicio, así también como para sus hijos; la devolución gratuita de todas las herramientas de los trabajadores, a través de las casas de empeño estatales; se pospusieron las obligaciones de deudas y se abolieron los intereses en las deudas; y, alejándose de los estrictos principios reformista, el derecho de los empleados a tomar el control de una empresa si fuese abandonada por su dueño.
De entre todas las cosas el aspecto más sorprendente de la Comuna era la naturaleza festiva de París; era el 'festival de los oprimidos'. La atmósfera de la capital no era la de una ciudad en guerra; la ciudad tenía todos los signos de estar simplemente de vacaciones. Pero pronto el buen ambiente se volvió austero. Los funerales de los guardias nacionales muertos en combate se convirtieron en grandes procesiones por toda la ciudad, solían estar encabezados por miembros de la comuna y cualquiera que se atreviera a levantar la cabeza era forzado a bajarla por los susurros de la muchedumbre. Fueron enormes ceremonias de masas la quema de una guillotina y la demolición de la Columna de Verdún (un símbolo del imperio). La excitación era tan intensa que la gente caminaba como en sueños. Incluso en el mismo día en el que las fuerzas de Versalles entraron en París, domingo 21 de mayo, había una enorme muchedumbre en los jardines de las Tullerías escuchando una serie de conciertos en ayuda de las viudas y huérfanos de la guerra.



El comienzo del fin: caen las barricadas una a una




Durante la noche y el lunes por la mañana las tropas del gobierno entraron en París. Se levantaron barricadas muy rápidamente en el centro de París. En la calle de Rivoli 50 masones construyeron en unas pocas horas una barricada de 6 metros y varios de profundidad. Bandadas de niños traían carretadas de tierra y las prostitutas de La Halle ayudaban a llenar los sacos. La mayoría eran de 2 metros de alto y estaban construidos con piedras de pavimento sacadas de las calles con parrillas de metal una base de madera en la base, un cañón o una ametralladora y un Bandera Roja ondeando en lo alto.
Las barricadas de la calle Gaubourg estaban hechas de colchones de un almacén cercano, traídas por mujeres. Otras eran simplemente obstrucciones de la calle con carretas cruzadas, ladrillos, bolsas de arena o cualquier cosa. Todo el que pasaba por ahí era obligado a echar una mano. En la Plaza Blanch un batallón de 120 mujeres levantó la legendaria barricada que defenderían vigorosamente el martes hasta ser masacradas después de su caída. Aquellos federales que se habían retirado del frente se iban a sus hogares diciendo que preferían morir en sus propios barrios.

El martes por la noche los comuneros comenzaron a quemar algunos edificios que amenazaban la seguridad de las barricadas. Montones de documentos ardieron extendiendo por toda la ciudad una fina lluvia de papel chamuscado. La gente se agolpaba para ver el espectáculo de París ardiendo. Los comuneros sabían que iba a ser su último suspiro y querían llevarse París con ellos.

Mientras tanto en las calles de París estaba ocurriendo una matanza más indiscriminada; cada vez que caía una barricada, los defensores eran puestos contra una pared y fusilados; El sábado por la mañana amaneció con niebla y lloviendo por segundo día consecutivo. Una de las últimas luchas tuvo lugar en el cementerio Pere-Lachaise. El ejército abrió la puerta y hubo un duro mano a mano alrededor de las tumbas bajo una pesada lluvia y una luz menguante. La última barricada, construida en un cuarto de hora, estaba defendida por un sólo hombre. Disparó su último cartucho y murió como todos, fusilado. Para el domingo 28 de Mayo la Comuna había desaparecido.

Si la batalla había terminado, los fusilamientos no. La victoria de Versalles se convirtió rápidamente en un baño de sangre, cualquiera que había estado conectado con la Comuna de alguna forma, o que estaba en el lugar equivocado en el momento más inoportuno fue fusilado. Murieron más personas durante la última semana de mayo que durante todas las batallas de la guerra Franco-Prusiana, y que ninguna masacre anterior de la historia francesa.